La mujer del lago (Relato 27)


Llovía en el pequeño pueblo, apartado de toda vida abrumadora y vistosa, era un lugar tranquilo y bonito, tierra de agricultores, la lluvia llegaba como regalo del mismísimo Dios, una fuerte sequía los azotaba sin clemencia echando a perder los cultivos, por eso, aquella lluvia era motivo de alegría en todo el pueblo, era un acontecimiento sin igual, el pueblo estaba feliz y dichoso, el alcalde decretó día cívico y los niños salían a las calles a patear pelota, terminaba una etapa, la lluvia los renovaba, la lluvia era por lo que habían pedido, pero a pesar de todo esto y de que la alegría era conjunta, Leo, no se alegraba por la lluvia, no se alegraba por nada. 

Leo veía las gotas de lluvia por su ventana añorando su vida pasada, divagaba su alma en la jaula de su cuerpo, caminaba sediento y no se hallaba en sí mismo. Él siempre había sido exitoso, siempre había estado rodeado de mucha gente, gente que lo admiraba y lo hacía sentir orgulloso, pero esta vez, estaba completamente solo, más solo que nunca, aunque a decir verdad siempre se había sentido así, nunca encontró en su vida un aliciente para su alma sedienta, las veces que sentía algo totalmente distinto era cuando pintaba, sus cuadros eran perfectos, por ellos había alcanzado la gloria, sus cuadros eran apetecidos, pero para él cada pincelada era como una brazada que daba en el mar de la libertad de sus sueños blancos y negros, todo de cierta forma era perfecto para él hasta  el día del accidente, había chocado su automóvil a más de doscientos por hora y sus manos habían quedado inútiles, no servían para dibujar su alma en el papel, no servían ni siquiera para apretar ni un vaso de agua, el de arriba había decidido cortarle las alas a esta pequeña ave que nunca creyó en sí, y siempre dependió de otros.

Ahora, en su triste realidad, mientras miraba por su ventana, se preguntaba más de una vez, ¿dónde estará el camino de regreso a mi fama, a mi vida dorada? ¿Dónde estaban las respuestas que mi alma necesita? Aquella noche no hizo más que mirar el cielo raso e imaginarse sombras que le atormentaban, se odió como cada día, un poco más que el día anterior y se durmió sentado al pie de la ventana, no hay nada más patético que dormir en un lugar ajeno a tu voluntad. 

Se escucharon pasos en la terraza y tocaron la puerta. 

-Un momento – dijo Leo.- ¿quién diablos será a esta hora? 

Abrió la puerta y era ella, Annie, la hermosa chica de al lado que se había hecho cargo de él sin saber por qué. todos los días ella llegaba a casa de Leo, le llevaba frutas, verduras y cualquier otro alimento, ella los cosechaba en su patio. Annie, se sentaba, hacía café y conversaba. A Leo no le gustaba nada esto, se fastidiaba de las personas a los pocos minutos, pero, en el fondo siempre esperaba la visita de Annie, era la única hora del día en que dejaba de sentirse tan solo y deprimido, ella era como una de sus pinturas, por eso nunca la corrió de su casa, nunca le dijo nada. 

-Leo, hoy me voy más temprano, necesito ir a arreglarme. 
-¿Sí?, y ¿ese milagro? 
- Conocí a un hombre en el pueblo, bueno, él es el jefe de la policía, hemos conversado mucho y me ha invitado a pasar el fin de semana en la cabaña de su familia, estoy emocionada, es un tipo espectacular, creo que estoy empezando a enamorarme de él.
Sonreía todo el tiempo, a Leo esto le fastidiaba, pero lo disimulaba siendo sarcástico.
-Ha de ser muy especial ese tipo. 
-Sí es especial. Bueno me voy, nos vemos el lunes, si quieres más frutas avísame estaré en casa hasta las cuatro.

Annie se levantó de la silla en la que se había sentado sin aviso alguno, caminó hacia la ventana en dirección de Leo, que no se atrevía ni a mirarla, posó suavemente sus labios en la mejilla, y se fue con su sonrisa coqueta. Leo sintió extrañarla y aún estaba cerca, era un sentimiento ajeno a él, quizás porque de alguna forma se sentía a gusto con ella pero no era capaz de decirle nada, le asustaba aceptar ser alguien dependiente, un maldito lisiado, que no puede hacer nada por sí solo, nunca dependió de nadie, lo tenía todo, aún pretendía ser el mismo, recuperar el hombre orgulloso y errático que alguna vez fue, no este idiota melancólico en el que se estaba convirtiendo, Leo se odiaba un poco más que antes, cada vez que se descubría. Pensando esto, Leo decidió no quedarse como espectador y esperar que el soplo de la vida pase sin que se diera cuenta, había decidido recuperarse, tomó como pudo sus viejas pinturas y un lienzo, se sentó al pie de su ventana, aquella que se había convertido en el lugar de sus penurias y esperanzas, los rayos de luz entraban por ella e iluminaban el lienzo, Leo solo miraba aquel viejo papel, miraba los colores de sus pinturas, sus manos temblaban, lo hacían seguido después de su accidente, intentó tomar el pincel, y apretarlo, pero era imposible, se apoyó con su otra mano y lo sumergió en su pintura roja, su respiración se hacía densa, y era notable su esfuerzo, no podía rendirse, apoyó el pincel en el viejo lienzo y trazó una línea gruesa que atravesaba la mitad, tomaba bocanadas de aire, con el mismo esfuerzo tomó sus manos y las llevó al color amarillo que con el rojo se había hecho naranja en un santiamén, Intentó trazar la siguiente línea justo al lado de la primera, pero sus fuerzas no dieron más y dejó caer el pincel manchando el lienzo, su impotencia era evidente, sus manos no respondían a lo que la mente decía, no podía hacer nada para cambiar su condición, era un inútil, se había convertido en ello.

-¡Mierda, que maldita vida la mía!

Destrozaba su lienzo, sus pinturas, destrozaba su vida en ello, se cansó de ser él, de no poder regresar a pintar, se lanzó al suelo como en un colchón de nubes negras, los colores manchaban el suelo de aquel lugar, se hacía sitio entre ellas, se retorcía tratando de consolarse a sí mismo, nadaba entre los colores que se combinaban en el suelo,  trataba de encontrar alguna lumbrera, no pudo evitar sentirse solo y llorar desesperado. Leo no lloraba desde que tenía cinco años cuando su madre le pegó por robarse unas acuarelas de su salón de clases, desde allí sus lágrimas se habían secado, a pesar de los duros golpes que había recibido, sus ojos jamás lloraron. Sumergido, tratando de mitigar el dolor, rebuscaba y escarbaba, no hallaba nada que pudiera saciarle, sintió la necesidad de salir de esa casa, retirarse de aquella ventana que lo deprimía, respirar un poco la humedad del ambiente, sintió que había llorado lo suficiente y que ya era la hora de resignarse. Ya eran las cuatro y media y Annie no se encontraba en casa, no tenía a nadie a quien acudir, se levantó entre el medio del destrozo que había causado y se duchó, tomó alguna ropa que encontró, y salió a caminar por los alrededores del lugar, su casa había sido elegida por él años atrás para sentirse alejado y pintar, un refugio contra lo profano, un refugio contra sí mismo, Estaba a las afueras de todo el ajetreo citadino. Bajando por la ladera, al sur, en aquel amplio lote casi que en la boca del bosque, estaban dos casas, la de él y la de Annie, una humilde pueblerina, hija de agricultores, eligió aquella casa teniendo en cuenta lo espeso del bosque y el lago que yacía adentrándose en él, caminaba en dirección al lago, portando solamente una vieja linterna y su chaqueta para el frío, hurgando en los bolsillos encontró una caja de cigarros y fósforos, justo lo que necesitaba, fumar sería su pasatiempo durante el camino. Se hacía más oscuro el recorrido, pero aún los últimos rayos del sol se colaban entre las ramas, expulsaba humo y recordaba con cierta nostalgia las veces en que estuvo así de solo pintado el lago y que esa pintura aún reposaba en su poder, a pesar de recibir ofrecimientos que superaban el costo original de la obra, se dio cuenta que los días que pasan se van como hojas secas elevadas por el viento, si las ves una vez jamás regresan, El lago era un lugar mágico, siempre le gustó estar allí y fumar, lo calmaba un poco la tranquilidad de las aguas, el sonido de los grillos y las ranas, la calma era la más fuerte de las desgracias siempre decía, pero en aquel momento, el lago  y su calma desmesurada era lo único que podía tranquilizarlo, por lo menos un poco, tenía que aceptar su realidad, aquella donde su vida era permanecer sujeto a alguien que le brinde un poco de misericordia, respiraba profundo el denso humo, no había razón por la cual seguir atado a su propia voluntad, era ajeno a ella, sentía como se le secaba la boca, la saliva se le agotaba, necesitaba un poco de agua, Aquel lago estaba algo sucio, pero a pesar de ello no temió a nada, se inclinó para beber un poco de sus aguas, inmediatamente quedó hipnotizado por el brillo del agua, aquel que le cegaba la vista, de repente, notó algo extraño en el agua, había una mancha oscura en el fondo del lago, fue algo inquietante porque esa mancha se hacía más pequeña, como acercándose a la superficie, no podía adivinar qué forma tenía aquella oscuridad que lentamente se acercaba, en aquel momento sintió temor, se alejó de la orilla esperando lo peor, algún animal que saltaría y le destrozaría en mil pedazos. el agua se agitó y emergió una bella mujer de cabello oscuro y piel blanca como la nieve, nado a la orilla y se sentó en un tronco cerca, estaba empapada y empezó a tiritar de frío, el viento soplaba fuerte en esos instantes, Leo quedó paralizado como si lo que sus ojos habían visto fuera un sorprendente acto de magia. Curioso y sorprendido por lo que sus ojos habían presenciado, lentamente se acercó a la hermosa joven. 

-Disculpa, ¿estás bien?
La mujer no lo miro ni siquiera, solo tiritaba de frío y desviaba la mirada hacia el suelo.
-Tranquila toma mi chaqueta haré una fogata para el frío, no te muevas, voy por leña, haremos fuego y te calentaras.

La chica solo asintió. Leo indagaba en su cabeza aquel suceso mágico, no había lógica alguna que justificara la presencia de la chica en ese lago, este era un lugar deshabitado desde hace mucho, había sido por mucho tiempo el bebedero de los animales de algunas casas cercanas pero ninguna había quedado en pie, era un lugar muy apartado y de difícil acceso a suministros. Cuando dio la vuelta la chica desapareció. Aquel día jamás se le borro, era la mujer más hermosa que había visto, cuando sus ojos vieron los suyos, sintió una fuerte conexión entre ambos, pensó quizás que era una señal del destino, pensó que la vida le mostro su lado amable al cruzar a esa hermosa mujer ante sus ojos, pero ¿algún día la vería de nuevo?, no lo sabía, no dejaría pasar la oportunidad de verla de nuevo, estaba embrujado por sus encantos, por sus ojos claros, decidió construir un pequeño refugio a la orilla del lago. Cada día, venía con tablas y clavos hasta construir una cabaña en ese mágico lugar. Ella llegaba como por arte de magia y así como venía se esfumaba, él había tratado por todos los medios de sacarle una palabra pero ella jamás respondió, así que decidió solo contemplarla, y quiso plasmarla en su vida para siempre, quería pintarla e intentó hacerlo, cada día que pasaba trataba de dar unas pinceladas a un lienzo, pero no podía, y se esforzaba más y más, para tener un retrato de ella, de la mujer que le sacaba el alma negra y sucia, de la mujer que le hacía olvidar la triste vida que le había tocado, la vida que el inútilmente escogió. 

Un día cualquiera, sin pensarlo, mientras el trataba de pintarla por enésima vez, ella habló. 

-acompáñame- dijo con dulce voz. Inmediatamente Leo se percató de sus palabras. 
-¿A dónde iremos?, si me dices te acompañare hasta el fin del mundo- dijo. En sus palabras se notaba la desesperación de su corazón.
-iremos a otro mundo, allí- respondió la hermosa chica señalando el lago.

En esos instantes Leo retrocedió un par de pasos, estaba sorprendido, no sería capaz de meterse en un lago a morirse, de repente la chica desapareció, Leo quedo anonadado, no podía pensar bien, sentía la necesidad de estar con aquella misteriosa chica, pero no sería capaz de arrastrar su vida a un fatal final, o ¿sería cierto que existe ese mágico mundo que la chica le señalo? no lo sabría, simplemente él tomó el camino a casa, y se dedicó a pensar en ello, ¿sería cierto o alucinaba? ¿Aquel mundo que ella le ofrecía era mejor que el que vivía? El accidente le había dejado inservible, y se odiaba por eso, “no había nada que perder” se decía en el interior de su tan atormentada alma, al llegar a casa se acostó en su cama y no dejo de pensar en aquella chica toda la noche. Cuando el silencio se apodero de su mente, y el frio entraba por sus entrañas, despertó asustado, ya había decidido, necesitaba estar a su lado, no podía concebir el mundo sin aquella chica que le llenaba el alma, así que tomo su ropa y salió inmediatamente, directo al lago donde la encontraría, quizás no, pero en su interior tenía la certeza de que ella lo esperaba, al salir no se percató que su vecina estaba despierta mirando las estrellas y fumándose un cigarrillo. 

-¿A dónde vas con tanta prisa? – le dijo Annie dejando escapar el humo de su boca.
-voy a mi cabaña en el lago – necesito paz, quiero volver a pintar y será útil – le respondió. 
Leo un poco nervioso y atormentado, estaba muy a prisa. 
- ¿no quieres sentarte un rato?, que lindas las estrellas esta noche, ¿has visto?- respondió ella sin mirarle el rostro, aun fumándose su cigarrillo. 
- estoy a prisa, necesito concentrarme- le respondió Leo, aun mas desesperado que antes, pero sin pensarlo.
Poco a poco se fue acercando a ella a tal punto que estuvo a pocos segundos de sentarse junto a ella, en ese instante recordó lo que iba a hacer. 
-lo siento, me voy –dijo alejándose de Annie, pero ella lo tomó del brazo. 
-no te vayas por favor, quédate conmigo- le dijo con una mirada dulce. 

Cuando él la miro tan frágil, sintió que esos ojos ya los había visto antes, que esas manos ya las había sentido, fue un sentimiento similar al estar con la chica del lago, pero se negó a sí mismo. 

-lo siento, en verdad, lo siento, adiós - Leo le dio un beso en la mejilla y se fue corriendo de su lado. 
Annie se quedó indignada, sintió como si él se estuviera despidiendo para siempre, no quería que él se fuera de su lado, al parecer él era alguien más importante de lo que ella creía. Ella no podía dejar que se le escapara como agua entre los dedos así que decidió seguirlo. Leo corrió todo el camino, cuando llegó, empezó a dar voces llamando a la misteriosa dama, a su chica especial.
-he venido a quedarme contigo por siempre, donde estas, llévame a ese mundo escondido por favor, acepto irme contigo hasta el mismo infierno si es necesario, por favor sal- gritaba constantemente.

Pasaron pocos segundos. De repente de en medio del lago empezó a emerger su amada, su obsesión, lentamente se acercó a la orilla y puso sus manos en el rostro de Leo, lento, acercó su boca a la suya, Leo pudo sentirse completo por fin, no le importó lo demás solo quería estar con ella para siempre, poco a poco mientras lo besaba, fueron sumergiéndose en el lago sin dejar huellas. 

Al rato apareció Annie que lo había seguido, pero no alcanzo a ver nada, le pareció extraño el hecho de no encontrar a Leo, lo fue a buscar a la cabaña, pero no estaba allí, en esa cabaña solo habían lienzos en el suelo y en todas partes, siempre la misma mujer, lo que verdaderamente le sorprendió fue que la mujer de las pinturas era ella, estaba por todos lados pegada y tirada en el suelo, no cabía duda que eran sus retratos, Leo inconscientemente había sido capaz de volver a pintar, pero nunca se dio cuenta que sus manos se habían recuperado satisfactoriamente, nunca se dio cuenta lo que tenía ante sus ojos. 

 Ella nunca más supo de Leo, se perdió en su memoria, simplemente desapareció de su vida, aunque siempre conservó un cuadro que dibujó él antes de brindarse por completo a la obsesión de una imagen reflejada en sí. Leo siempre quiso estar al lado de Annie, solo que nunca se dio cuenta de que el amor le tocaba insistentemente, la soledad, su maldita consejera ya le había cegado los ojos y nunca imagino que la felicidad simplemente estaba a pocos pasos de él.

Por: Eduardo Pimienta
Arte: Camilo Barrera

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