La muerte no es el final (Relato 14)


La muerte no es el final



Existen muchas leyendas sobre científicos locos que hacían experimentos con cadáveres, también algunas sobre Nazis que no veían problema en tomar alguno que otro ser humano vivo para ampliar sus conocimientos sobre anatomía, pero no creo que esas historias se comparen con la que te voy a contar.

En un pueblo muy a las afueras de Sinsheim Alemania, hay una casa, que así como el pueblo, está apartada de todo lo demás, en la época en que sucedieron las cosas, esta casa era muy bella, encerrada en muros de dos metros de alto y con dos entradas a la mansión, una hacia el norte y otra hacia el sur, con un antejardín de hierba verde muy bien cortada y una fuente justo antes de llegar a la entrada de la casa. Blanca, imponente, con muchas habitaciones y una entrada que te haría sentir pequeño, como si entrases a un palacio.

Allí vivía Edward Schtainer, un científico reconocido en el área de la medicina, cirujano de manos muy precisas, un maestro del bisturí, muy bien parecido, de cabello negro, cara delgada y nariz perfecta, alto y de muy buen vestir. Se le conocía en el pueblo por una distintiva gabardina negra muy característica de él, ya que la usaba todo el tiempo y la cual acompañaba con un sombrero de copa, inusual en esa epoca.

El calendario muestra que es el año 1886. Muchos soldados regresaban a casa después de sostener un conflicto con los españoles, el problema sin embargo radica en que muchos de estos soldados regresaban a casa con una expectativa de vida considerablemente reducida, esto debido al mal tratamiento de sus heridas coleccionadas en combate.


Muchos regresaban con enfermedades de piel a cuestas, o con infecciones estomacales y como era de esperarse, el doctor Schtainer era la persona a la que se acudía para curar todas estas dolencias…

Sin embargo: A parte de algunos avistamientos de la llegada estas personas por parte de los habitantes del pueblo, nunca más se volvía a tener noticias de sus paraderos.

Al doctor Schtainer se le conocían unas cuantas novias, pero ninguna esposa, y pues, aquí es donde las cosas empiezan a desencajar. Edward llevó relaciones buenas con cada chica, pero por alguna razón, estas lo dejaban, y él como todo buen caballero, lo aceptaba. Lo único que tienen todas en común y que es algo bastante perturbador, es que todas las chicas desaparecían misteriosamente.

Entre los lugareños del pueblo corría el rumor de que el causante de todas estas desapariciones no era otro que el mismo Edward, quien según las historias del pópulo, las asesinó, las desmembró y sepultó sus cuerpos en alguna parte de los jardines de su mansión.

Dichos rumores fueron aún más alimentados cuando las mujeres del pueblo descubrieron que sus maridos si estaban regresando de la guerra, pero esta revelación venía acompañada de un terror inimaginable al preguntarse por el paradero de estos valientes hombres.

En una noche de Septiembre la policía irrumpió en la propiedad de Schtainer con la plena intención de aclarar los rumores de las desapariciones, sin embargo esto quedó en segundo plano al encontrar el cadáver de este médico con una soga alrededor de su cuello enredada con la lámpara de cristal que se encontraba justo en el techo del centro de la estancia.

De no ser por los macabros detalles del incidente se habría pensado que fue un simple suicidio pero en la propiedad se encontraron detalles muy extraños que sugerían que con el señor Schtainer habían más personas…


Para empezar todos los espejos de la casa estaban rotos en mil pedazos, lo cual sugería una pelea; sin embargo no había sangre en ninguna parte de la casa.


La puerta del sótano estaba totalmente destruida y de manera muy extraña las lámparas que se encontraban en este, pese a estar encendidas no iluminaban más que unos cuantos centímetros a su alrededor así que para los policías no fue posible descender a investigar esta zona de la imponente construcción.


Por último encontraron el detalle más oscuro de todos…


Como si de una historia de terror se tratase, el rostro de este hombre mostraba una expresión de horror puro y absoluto. Una expresión que no parecía humana ya que esta reflejaba algo más allá del miedo y a juzgar por su mirada, lo que fuera que ocasionaba este pánico inconmensurable se encontraba justo debajo de él, viéndolo, o tal vez esperando el momento oportuno para hacer algún acto desconocido.

En el invierno de 1887, después de muchas pesquisas realizadas por las autoridades se encontró que en un lote de las afueras del pueblo, en un árbol seco y acabado había decenas de esqueletos colgados. Era una escena realmente espeluznante pero por lo menos se había dado con el paradero de los soldados desaparecidos.

Sobre las jovencitas, sus cuerpos fueron encontrados esparcidos en los jardines de sus propios hogares. La conmoción fue grande en el pueblo al descubrir a la primera joven y un muy estremecedor sentimiento al encontrar a las demás.

El misterio de las desapariciones había quedado resuelto. Sin embargo los lugareños así como las autoridades eran totalmente ignorantes acerca de lo que había sucedido con el cirujano.

Un año atrás…

Edward Schtainer se encontraba en su laboratorio, el cual estaba ubicado en el sótano de su mansión. trabajaba en algo que crujía y salpicaba fluidos sobre una vieja camilla de metal. Alrededor de él, en el suelo habían restos de pies, manos, piernas, brazos así como torsos de hombres y jovencitas.


Sobre la mesa de madera ubicada en la esquina del ¨ laboratio ¨  estaba el cuaderno de notas científicas… Entre gotas de sangre y suciedad este doctor asesino plasmaba sus diseños de uniones de órganos, trasplante de corazón en pacientes conscientes, operaciones de ojos y tratamientos alternativos para la tuberculosis.


De pronto este cuaderno repleto de conocimientos oscuros salió disparado y golpeó la espalda de Schtainer haciendo que este se dé la vuelta y vea el fruto de jugar con la muerte.


Justo al lado de aquella mesa, parada mínimamente firme y con una mirada perdida, estaba la figura fantasmal de una jovencita de unos 18 años que apenas se percató de que la atención del cirujano estaba sobre ella inició su marcha con movimientos erráticos hacia este, lo cual provocó un grito sin ninguna voz por parte de este hombre que de un momento a otro se vio rodeado por entes de este tipo, los cuales se dirigían hacia el caminando con dificultad y exhalando gemidos de dolor o tormento.

Edward Schtainer corrió hacia arriba con todas sus fuerzas y de un portazo cerró la puerta del sótano quedando en calma por un momento y apelando a su lógica científica para explicar racionalmente lo que acababa de presenciar.


Pensando que había sido el cansancio simplemente se dispuso a subir por las escaleras de madera a sus aposentos, pero cuando arribó a estos encontró en el reflejo de su espejo a ese centenar de fantasmas a sus espaldas, haciendo un intento por alcanzarlo con un paso lento pero seguro; esto lo llenó de pánico y usando un atizador que agarró con un movimiento tembloroso de su mano derecha le propinó un golpe al cristal quebrándolo en mil pedazos, acto seguido, Schtainer emprendió la huida.


Quería salir de su casa lo más pronto posible pero en cada espejo que encontraba a su paso este veía en su reflejo a las almas atormentadas de todos los soldados y señoritas a los que el torturó hasta la muerte acercarse a él. Con cada espejo un poco más cerca y con cada paso, otro espejo roto hasta que al fin logró alcanzar las escaleras que lo conducirían hasta la salida de la casa y a su salvación, sin embargo, desde el segundo piso de su casa tuvo una revelación que heló su sangre.


Todas las almas de estas personas, con sus cuerpos teñidos en una luz espectral azulada, con ojos blancos y manchas de sangre oscura en sus cuerpos se encontraban en la estancia esperando a que este bajara, dejándolo totalmente sin opciones. Si el no bajaba, ellos subirían, si él lograba escapar, ellos lo seguirían, así que al borde de la locura Schtainer tomó entre sus manos una soga que sin explicación apareció al lado de su pie izquierdo, lista para lo que tenía que pasar. Este hombre en su locura lanzó un extremo de la soga a la lámpara de cristal logrando enredarlas y el otro extremo lo colocó en su cuello y saltó…


La caída no quebró su cuello y pudo estar consciente lo suficiente para poder ver los rostros de satisfacción de estas figuras espectrales, lo cual lo llenó de un terror asesino…


Edward Schtainer falleció… No por el ahorcamiento… Murió porque su corazón no soportó el pánico y como si se tratase de uno de sus espejos, simplemente se quebró en pedazos.

Había sido brutalmente asesinado por sí mismo al ser el causante de las desapariciones de las señoritas y los soldados, nunca llegó a imaginar lo que realmente sucedió en esa noche de 1886.
Tras su muerte, todos pensaron que el horror de este hombre había terminado... ¿o no?

Si pensabas que esta historia termina ahí, pues estás en un error. Pasados unos meses de la muerte de Edward y de la aparición de los cadáveres, comenzaron las demás desapariciones. justo en el momento en que una niña cumplía los dieciocho años, estaba en un alto riesgo de amanecer esparcida bajo tierra por todo el jardín de su casa, no pasa con todas las chicas, pero hasta el día de hoy, ni mudarse del pueblo libra a las jovencitas de una posible muerte brutal tras obtener la mayoría de edad.

Para terminar con esta historia, cabe decir que por las noches, se ve a un hombre apuesto, de piel blanca, anteojos que liberan un brillo escarlata tenue pero visible, con una gabardina negra y sombrero, vagar en las calles del pueblo, ya no con cabello negro, sino de un blanco brillante y todo justo en los días en que la mayoría de edad de una bella joven está por cumplirse. Si estos hechos coinciden, podemos esperar horrores en ese pueblo como desayuno.

Escrito Por: Camilo Barrera y Norman Leguizamon
Arte: Norman Leguizamon
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